Quienes hemos aceptado a Bahá’u’lláh renovamos nuestra convicción de que la vida adquiere un sentido profundo en una dualidad de propósito: liberar el potencial con el que cada uno ha sido dotado y contribuir de manera activa a la transformación de la sociedad. Estos dos propósitos son fundamentalmente inseparables; por un lado, las acciones y el comportamiento de cada individuo producen un efecto en su entorno y, por otro, dichas acciones y comportamientos son moldeados por las estructuras de la sociedad y por lo que en ella ocurre. Una plena conciencia de esta interconexión entre el individuo y la sociedad evita que se caiga en proyectos simplistas que reducen todo a la salvación personal o a un mero cambio estructural revolucionario. Shoghi Effendi expresa esta verdad de manera clara y sencilla:

“No podemos separar el corazón humano del medio exterior y decir que, una vez hayamos reformado alguno de los dos, todo mejorará. El hombre es orgánico con el mundo. Su vida interior moldea el entorno y él mismo es profundamente afectado por éste. El uno actúa sobre el otro y todo cambio permanente en la vida del hombre es el resultado de estas reacciones mutuas”

“Pensar que es posible desarrollar las virtudes y los talentos sin estar inmersos en los procesos de cambio social es una ilusión. Si una persona no se relaciona con sus semejantes y con su medio, y no participa en la acción social, no tendrá puntos de referencia para juzgar su progreso personal; puede terminar encerrándose en sí misma y cayendo en el extremo de centrar su vida en el yo y en la búsqueda insaciable de su propia satisfacción y glorificación.

Por otro lado, si esa persona es movida sólo por el deseo de transformar la sociedad y no le otorga la debida atención al crecimiento y cambio de los individuos, puede perder el rumbo y tomar caminos que conducen tan sólo a frustración, desengaño y pérdida de la esperanza. De nuevo, es ilusorio suponer que es posible construir una sociedad cuyas estructuras estén moldeadas por los principios de justicia y unidad, sin que se incluya un plan consciente y metódico que promueva la transformación espiritual de los individuos que la conforman. Cuesta mucho imaginar el funcionamiento de una sociedad así, pues quienes lo impulsan fácilmente caerían en la hipocresía y la contradicción, dejándose obnubilar por el poder hasta llegar a perder el respeto y la compasión por los demás, y cometer actos de crueldad y de opresión.

En los escritos bahá’ís hay innumerables pasajes llenos de ilustraciones acerca de la trasformación que debe ocurrir en el nivel personal, lo mismo que alusiones al mérito de trabajar por el bien común y ser causa de prosperidad y de honor en los demás. En el siguiente pasaje, Bahá’u’lláh invita a asumir unos estándares elevados de conducta a los que se debe aspirar:

“Sé generoso en la prosperidad y agradecido en la adversidad. Sé digno de la confianza de tu prójimo, y mírale con rostro resplandeciente y amistoso. Sé para el pobre un tesoro, para el rico, un amonestador; sé uno que responde al llamado del menesteroso, y guarda la santidad de tu promesa. Sé recto en tu juicio y moderado en tu palabra. No seas injusto con nadie, y a todos muestra mansedumbre. Sé como una lámpara para quienes andan en tinieblas, una alegría para los entristecidos, un mar para los sedientos, un asilo para los afligidos, un sostenedor y defensor de la víctima de la opresión. Que la integridad y rectitud distingan todos tus actos. Sé un hogar para el forastero, un bálsamo para el que padece, un baluarte para el fugitivo. Sé ojos para el ciego y una luz de guía a los pies de los que yerran. Sé un ornamento del semblante de la verdad, una corona sobre la frente de la fidelidad, un pilar del templo de la rectitud, un hálito de vida para el cuerpo de la humanidad, una insignia de las huestes de la justicia, un lucero sobre el horizonte de la virtud, un rocío para la tierra del corazón humano, un arca en el océano del conocimiento, un sol en el cielo de la munificencia, una gema en la diadema de la sabiduría, una luz refulgente en el firmamento de tu generación, un fruto del árbol de la humildad.”

“En el mismo orden de ideas, en su libro El secreto de la civilización divina, un tratado sobre la organización de la socie- dad, ‘Abdu’l-Bahá realza la nobleza de aquellos que se dedican a trabajar por la transformación de la sociedad:”

“[…] ¿hay obra alguna en este mundo que sea más noble que el servicio al bien común? ¿Hay mayor bendición concebible para el hombre que el hecho de convertirse en el promotor de la educación, el desarrollo, la prosperidad y el honor de sus prójimos? ¡No, por el Señor Dios! La mayor de las rectitudes consiste en que las almas benditas tomen de la mano a los indefensos y los liberen de su igno- rancia, degradación y pobreza, y con pureza de intención, y sólo por amor a Dios, se alcen y consagren con celo al servicio de las masas, olvidando su propio y mundano provecho y trabajando sólo para servir al bien general. «Los prefieren a ellos antes que a sí mismos, aunque la pobreza sea su destino». «Los hombres más excelentes son aquellos que sirven al pueblo; los peores de entre los hombres son quienes afligen al pueblo»”

De entre todas las fuerzas espirituales que pueden desplegarse para el logro de este doble propósito (el desarrollo personal y la transformación de la sociedad), dos de ellas ad- quieren especial relevancia: la atracción por la belleza y la sed de conocimiento. La atracción por la belleza le da dirección apropiada al propósito. La belleza y la perfección se vuelven las normas, las luces de guía mediante las cuales la persona es capaz de juzgar su propio comportamiento. En un nivel, esta atracción se manifiesta en el amor por la majestad y diversidad de la naturaleza, en el impulso por expresar la belleza a través de las artes visuales, la música y la artesanía, y en el placer que se experimenta al contemplar los frutos de tales esfuerzos creativos. Se hace evidente en la forma como respondemos ante la belleza de una idea, de un escrito, de una melodía, y en el gusto que experimentamos al contemplar las cosas que muestran simetría, armonía y perfección. En otro nivel, la atracción por la belleza implica la búsqueda de orden y significado en el universo, el cual abarca el deseo de armonía en las relaciones con los demás.

El anhelo por conocer, la otra fuerza en cuestión, impulsa a cada ser humano a buscar la comprensión de los misterios del universo y de sus fenómenos infinitamente diversos, tanto en el plano visible como en el no visible. Dirige también la mente a buscar pleno entendimiento de los misterios ocultos dentro del propio ser. Orientado por una visión de belleza y perfección, un individuo que esté impulsado por la sed de conocimiento encara la vida como un investigador de la realidad y como un buscador de la verdad. En este sentido, Bahá’u’lláh realza la importancia de vivir en una búsqueda continua de la sabiduría que contiene la vida:

“Por cierto, oh hermano, si ponderamos cada cosa, seremos testigos de una miríada de sabidurías perfectas y aprenderemos una miríada de verdades nuevas y maravillosas”

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